Recordar
Frío. Te abrigas. Comienza a llover. Tienes prisa, o no. Hay cosas por hacer y la angustia se mantiene caliente en el termo. Los problemas ruedan por tu cabeza, como bolas de billar jugadas por un torpe. Tus pies te llevan de un lado a otro sin rumbo, por caminos magnéticos inconscientes. Cuando te quieres dar cuenta, ya te has desviado millas de tu objetivo. Estás en la calle Silva. Tu otro yo, que te acompaña siempre, sabe perfectamente dónde se dirige. Tu amigo invisible, ese conejo gigante que hace de tí lo que quiere, te empuja hacia la puerta. Ahí estás otra vez.
¿Por qué? ¿Por qué siempre lo mismo? Porque no hay salida. No puedes huir de tu pasado. Quieres ser otro, ser adulto de una maldita vez. Quieres cambiar, mejorar. Pero no es posible, porque hace frío. Fuera, en el mundo, en la realidad áspera e ininteligible, hace una rasca de cojones. No has conseguido superarlo. Siempre estuviste incómodo en el mundo real. Harvey, el conejo, se empeña en que lo reconozcas. No es un problema de madurez. No hay nada que madurar. Heidegger lo sabía. Hay que asumirlo. Eres un Goofy-Goover, como diría Patricio. Hay que entrar, y asumirlo, enfrentarse a ello. Ya no tenemos edad para disimular, ni siquiera para sentirse culpables.
Te gustan los tebeos, más que nada. Te enloquecen. Así de absurdo. Así de triste. Te gustan los dibujos, y los globitos. Te gustan los narigones, y los superhéroes musculosos, y las macizas, y los raros, y el Príncipe valiente, y sobre todo, Flash Gordon. Y te gustan los tebeos raros, los bonitos, y los graciosos. Pero sobre todo te gusta estar ahí dentro, porque te sientes como en casa. Adoras a los chicos, a la chica de la tienda. Nunca se lo has dicho. Sería horrible. Pero sin haber cruzado más de dos palabras con ellos, para hablar de Rip Kirby o el último Daniel Clowes, sabes que son como hermanos, amigos para siempre, hermanos de sangre. Darías la vida por esa tienda, y cuando la ves llena de mecanotubos, porque el techo se cae, adviertes alarmado que algo muy importante en tu vida se resquebraja, y tienes miedo. Ellos, los chicos de la tienda, te tranquilizan. –No pasa nada. Es una cosa provisional.
Provisional como todo en tu vida, excepto esta tienda de cómics. La tienda permanece. El universo se expande y Madrid Cómics nos sirve para trazar un eje sobre el que establecer parámetros, para no perderse en el raído mapa de los Héroes del Tiempo, robado al Ser Supremo. Todo gira a partir de este Omphalos, ombligo del mundo, donde comenzó todo.
Llueve, hace frío, pero el calor de los recuerdos calienta nuestras almas exhaustas. Gracias a Madrid Cómics no necesito mecanotubos que me sostengan. Gracias a vosotros, amigos de Madrid Cómics, siento que algo permanece, en el caos absurdo que reina sobre nuestras cabezas. Volveré, una y otra vez, a oler, a toquetear las páginas de sus tebeos, a poner a prueba vuestra infinita paciencia, y a recordar.
Frío. Te abrigas. Comienza a llover. Tienes prisa, o no. Hay cosas por hacer y la angustia se mantiene caliente en el termo. Los problemas ruedan por tu cabeza, como bolas de billar jugadas por un torpe. Tus pies te llevan de un lado a otro sin rumbo, por caminos magnéticos inconscientes. Cuando te quieres dar cuenta, ya te has desviado millas de tu objetivo. Estás en la calle Silva. Tu otro yo, que te acompaña siempre, sabe perfectamente dónde se dirige. Tu amigo invisible, ese conejo gigante que hace de tí lo que quiere, te empuja hacia la puerta. Ahí estás otra vez.
¿Por qué? ¿Por qué siempre lo mismo? Porque no hay salida. No puedes huir de tu pasado. Quieres ser otro, ser adulto de una maldita vez. Quieres cambiar, mejorar. Pero no es posible, porque hace frío. Fuera, en el mundo, en la realidad áspera e ininteligible, hace una rasca de cojones. No has conseguido superarlo. Siempre estuviste incómodo en el mundo real. Harvey, el conejo, se empeña en que lo reconozcas. No es un problema de madurez. No hay nada que madurar. Heidegger lo sabía. Hay que asumirlo. Eres un Goofy-Goover, como diría Patricio. Hay que entrar, y asumirlo, enfrentarse a ello. Ya no tenemos edad para disimular, ni siquiera para sentirse culpables.
Te gustan los tebeos, más que nada. Te enloquecen. Así de absurdo. Así de triste. Te gustan los dibujos, y los globitos. Te gustan los narigones, y los superhéroes musculosos, y las macizas, y los raros, y el Príncipe valiente, y sobre todo, Flash Gordon. Y te gustan los tebeos raros, los bonitos, y los graciosos. Pero sobre todo te gusta estar ahí dentro, porque te sientes como en casa. Adoras a los chicos, a la chica de la tienda. Nunca se lo has dicho. Sería horrible. Pero sin haber cruzado más de dos palabras con ellos, para hablar de Rip Kirby o el último Daniel Clowes, sabes que son como hermanos, amigos para siempre, hermanos de sangre. Darías la vida por esa tienda, y cuando la ves llena de mecanotubos, porque el techo se cae, adviertes alarmado que algo muy importante en tu vida se resquebraja, y tienes miedo. Ellos, los chicos de la tienda, te tranquilizan. –No pasa nada. Es una cosa provisional.
Provisional como todo en tu vida, excepto esta tienda de cómics. La tienda permanece. El universo se expande y Madrid Cómics nos sirve para trazar un eje sobre el que establecer parámetros, para no perderse en el raído mapa de los Héroes del Tiempo, robado al Ser Supremo. Todo gira a partir de este Omphalos, ombligo del mundo, donde comenzó todo.
Llueve, hace frío, pero el calor de los recuerdos calienta nuestras almas exhaustas. Gracias a Madrid Cómics no necesito mecanotubos que me sostengan. Gracias a vosotros, amigos de Madrid Cómics, siento que algo permanece, en el caos absurdo que reina sobre nuestras cabezas. Volveré, una y otra vez, a oler, a toquetear las páginas de sus tebeos, a poner a prueba vuestra infinita paciencia, y a recordar.
- Alex de la Iglesia -