Cuando
a mediados de los noventa me trasladé desde Murcia a Madrid para
estudiar y, en lo que a amistades y contactos se refiere, con una mano
delante y otra detrás, lo primero que intenté localizar fueron tiendas
de cómics. En Murcia de esa cosa insólita no había, así que aunque yo contaba ya con mis dieciocho añazos (dieciocho añazos de los noventa, de todos modos, que no eran lo mismo que dieciocho añazos de ahora), entrar en sitios como Madrid Comics suponía algo similar a una visita a la Willy Wonka's Chocolate Factory
de la viñeta. Para mí, que venía de un sitio donde los tebeos te los
guardaba un máximo de tres días el tío tuerto del kiosco del Puente
Viejo del río Segura, encontrar esas hileras interminables de papel
impreso suponía un mazazo sensorial que sigo experimentando cuando entro
en la tienda aún hoy, encallecido por la mala vida, la buena vida y la vida regular (la mayor parte del tiempo). Durante estos veinte años, Madrid Comics
ha conocido y aprobado, a su silenciosa manera, a mis sucesivas novias,
a mis sucesivos bandazos como lector de tebeos y a mis sucesivas
amistades, algunas de las cuales, además, surgieron, maduraron y/o se
fueron a la mierda allí mismo.
Pero hay algo más que tengo que agradecer a Madrid Comics: cuando yo llegué a mediados de los noventa deseando escribir mucho, muy fuerte, todo el rato, espoleado por los primeros fanzines que había leído antes de llegar a la capital (los primeros Zineshock, el 2000 Maniacos primigenio), lo primero que hice fue ir a Madrid Comics. Lo segundo, comprar un ejemplar de cada fanzine de los que allí había. Lo tercero, hacer el mío propio: “Dejad que las niñas se acerquen a mí”, una travesura fotocopiada que me procuró alegrías, disgustos, algún premio y el contacto con una buena sartenada de fanzineros que se convirtieron por aquel entonces en hermanos de armas de la multicopista, el recorte y el grapado artesanal. En Madrid Comics siempre, siempre hubo un sitio preferente para mis fanzines (y el de mis compañeros): a diferencia de otras tiendas, donde los fanzines se amontonaban en un rincón desordenado de la zona menos visitada de la tienda, en Madrid Comics brillaban en la entrada, por delante de publicaciones más prestigiosas. Y teniendo en cuenta que mis fanzines me procuraron mis primeros trabajos, y que de aquellos barros estos lodos, diantres, igual le debo a Madrid Comics algo más que haberse quedado con mis ahorros durante casi veinte años.
Pero hay algo más que tengo que agradecer a Madrid Comics: cuando yo llegué a mediados de los noventa deseando escribir mucho, muy fuerte, todo el rato, espoleado por los primeros fanzines que había leído antes de llegar a la capital (los primeros Zineshock, el 2000 Maniacos primigenio), lo primero que hice fue ir a Madrid Comics. Lo segundo, comprar un ejemplar de cada fanzine de los que allí había. Lo tercero, hacer el mío propio: “Dejad que las niñas se acerquen a mí”, una travesura fotocopiada que me procuró alegrías, disgustos, algún premio y el contacto con una buena sartenada de fanzineros que se convirtieron por aquel entonces en hermanos de armas de la multicopista, el recorte y el grapado artesanal. En Madrid Comics siempre, siempre hubo un sitio preferente para mis fanzines (y el de mis compañeros): a diferencia de otras tiendas, donde los fanzines se amontonaban en un rincón desordenado de la zona menos visitada de la tienda, en Madrid Comics brillaban en la entrada, por delante de publicaciones más prestigiosas. Y teniendo en cuenta que mis fanzines me procuraron mis primeros trabajos, y que de aquellos barros estos lodos, diantres, igual le debo a Madrid Comics algo más que haberse quedado con mis ahorros durante casi veinte años.
- John Tones - Madrid Comics Factory
1 comentario:
tengo wue reconocer que me ha saltado uba lagrimilla
Publicar un comentario